De la sección: Cuentos y leyendas de Dioses protectores de los Viajeros - VANIA, LA HUERFANA DEL OLIMPO - de Gonzalo Moure Trenor_______________________________________________________________
VANIA, LA HUÉRFANA DEL OLIMPO
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Artemisa |
A Vania le ocultaron siempre el nombre de su madre. Su memoria se
perdía en la bruma de la primera infancia, y aunque había un
remotísimo vestigio de aroma dulce y piel acogedora, ni siquiera
podía recordar otro rostro que el de su protectora, Artemisa, que la
tenía entre sus ninfas. Cuando aprendió a hablar, un día, llamó
Madre a Artemisa, y se dio cuenta de que la orgullosa diosa, la de
las flechas relucientes, se había enfurecido. “Niña fatua, ¿acaso
crees ser nieta de Zeus?”
Las demás ninfas se burlaron de ella, y fue cuando escuchó por
primera vez la palabra “huérfana”.
Así que eso era ella, una huérfana, nada más que una niña sin
madre, ni padre, una pobre niña perdida en el monte Olimpo,
condenada a seguir a su protectora Artemisa como si fuera un perrillo
más de la jauría.
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Febo |
Una mañana de primavera, cuando Vania tenía seis años, Artemisa
invitó a su hermano Febo y otros dioses a un abundante almuerzo. En
el rincón más delicioso del jardín, los invitados comían y
charlaban lánguidamente, rodeados por las ninfas de Artemisa,
engalanadas como nunca. Por qué Febo, también llamado Apolo, se
fijó en Vania, podría ser un misterio, si no fuera la confirmación
de su poder adivinatorio.
-Niña, ven.
Hubo risas. Por qué el más hermoso de los dioses llamaba a su
presencia a aquella criatura insignificante. Artemisa sonreía
encerrando un enigma en su expresión silenciosa.
La pequeña huérfana obedeció, sonrojada, y se postró delante del
hermosísimo dios, que la observaba con el ceño fruncido de los que
tratan de entender lo oculto.
-Eres como una semilla de rosa -le dijo por fin.
Vania bajó los ojos.
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Baco |
Baco, entre los vapores del vino, seguía la escena con abandono,
pero intervino para decir:
-Así se llama, Semilla de Rosa, Vania.
Hubo un rumor y un bisbiseo entre los asistentes al banquete. ¿Por
qué conocía aquel dios tan soberbio y altivo a una niña
desamparada, una ninfa casi invisible, pequeña como un botón?
Febo se incorporó y alargó su mano hasta la de Vania, y tomándola
con firme dulzura la atrajo hasta sí.
-Haz que el cielo se llene de flores -le dijo.
Vania nunca había sentido algo ni remotamente parecido: poder. Miró
el cielo, límpido y cristalino, ornado con algodonosas nubes como
almohadas para los ángeles. ¿Podría ella…?
Cerró y apretó los ojos entonces y deseó que el cielo se llenara
de flores, como le había pedido aquel dios. Sus párpados
centelleaban en la oscuridad cuando escuchó un murmullo de asombro.
Y antes de abrir los ojos, una carcajada elegante de Baco:
-La semilla es fecunda…
Cuando los abrió, Vania vio el cielo lleno de flores. Y a los dioses
mirando complacidos aquel prodigio, nacido de la voluntad de una
pequeña ninfa, una huérfana, un remedo divino.
Luego miró con disimulo a Febo, que le devolvía la mirada con
expresión feliz y orgullosa. Y entre los dos hubo un instante eterno
en el que el tiempo era menos que nada, porque apenas existía.
-Esta niña es una diosa -proclamó.
Hasta el suelo del Olimpo tembló cuando Artemisa replicó con ira:
-¡Nada es Vania sino un despojo, una huérfana, no flor sino
rastrojo! ¡La hija de un errante, un vagabundo!
Pero Febo abrazó a la niña y sabido es que el Sol tiene más poder
que la Luna, su hermana Artemisa, y en aquel gesto hubo una amenaza,
la seguridad de sus brazos, la inconmensurable vastedad de su pecho
refulgente.
Vania se debatió un instante, pero un instante tan solo. Y en el
cielo se disolvieron las flores, salvo un pétalo peregrino que cayó
en su mano abierta.
-No quiero ser diosa -dijo, con voz extrañamente firme, casi como
una trompeta resonante, mientras apretaba la mano con el pétalo
dentro.
-¿Y qué quieres ser? -intervino desde sus vapores Baco, entre
divertido y desdeñoso.
-Lo que soy, la hija de un vagabundo, de un errante, y estaré en la
bóveda celeste acompañando a los planetas errantes, y desde allí a
todos los vagabundos del mundo de los mortales, a todos los que en
una mañana helada emprendan un camino.
Y el Olimpo se quedó sin su semilla de rosa, y Vania ascendió a los
cielos, buscando su lugar entre los planetas, ninfa de rosa,
compañera invisible de todos, todos los caminantes…